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“I don't want to change your mind, I don't want to change the world”. La Cínica Perfección: The Strokes
A eso de las once con diez minutos- tomando en cuenta las propiedades mefistofélicas que alcanza la Teoría de la Relatividad cuando se está en un concierto con miles de personas a los lados y se quiere revisar un reloj- y luego de una espera de más de media hora, la banda que todos habían ido a ver pisó el escenario. Un Julian Casablancas seguro y ganoso, comenzó con propiedad a entonar la primera canción del set: “Last Nite”. No podía ser otra. En ese preciso instante las más de 5 mil personas, que colmaban el local, comenzaron a vibrar al ritmo de la misma tonada con la que esta agrupación remeció el planeta rock el 2001, en el marco de su primera placa: “Is This It”.
La mesa estaba servida y los chicos lindos de Manhattan no hicieron más que devorarse a una concurrencia rendida a sus pies.
Después de ese potente inicio, ya nada pudo pararlos. Canciones como las delirantes “The Modern Age”, “Someday” y “I Cant Win”, hicieron saltar a todo el Víctor Jara. Los neoyorquinos confirmaron su capacidad para crear atmósferas en base a tres acordes. Prueba de lo anterior fueron “What Ever Happened”, la genial “Automatic Stop”; más las coreadísimas “The End Has No End” y “12:51”. Para qué hablar de los aires siderales de “Hard To Explain”, tal vez el mejor tema del grupo. Las melódicas “Soma” y “Under Control”, dejaron claro que esos mismos tres acordes se pueden combinar en un millón de formas.
A las doce con veinte minutos, The Strokes abandonó el escenario del Víctor Jara, momento en el cual las 5 mil almas comenzaron a clamar por su retorno. Luego de hacerse de rogar un rato, Casablancas y su boys volvieron al escenario, para felicidad de los vendedores de agua mineral que se aprovechaban del infierno en el que se había transformado el ex Estadio Chile. La canción que eligieron para la vuelta fue “Trying Your Luck”, fascinante historia de desamor y destino, en clave banda sonora para juego de Atari. Una performance brillante.
Todo perfecto: buen sonido, buen sonido de garage.
Párrafo aparte para Julian Casablancas. El niño terrible de la nueva escena estadounidense se paseó por Santiago. Apareció sobre el escenario con una pinta muy cool, unos anteojos y una pose de divo. Con desparpajo y un estudio cabal del manual del rock star, juró que los chilenos la llevábamos demasiado, que éste era el mejor lugar en donde habían tocado y prometió volver por estos lados. Por si fuera poco, lanzó su aparatoso reloj y sus lentes a las Penny Lane locales. Un manejo absoluto. Dejó más que claro porque para muchos está llamado a ser la próxima leyenda del rock americano.
